22 septiembre 2021

La amenaza económica de China

CHINA EEUU POTENCIA MUNDIAL

En el “mundo islámico” se verifica la nítida diferencia entre las dos potencias que confrontan con Estados Unidos a escala global. Mientras que Rusia interviene activamente en el plano geopolítico e incursiona abiertamente en el terreno militar, China actúa con más cautela en el primer terreno y mantiene una gran prescindencia en el segundo.

A diferencia de Rusia el nuevo gigante asiático es importador neto de petróleo y busca asegurar su abastecimiento, mediante acuerdos con los exportadores de todos los bandos. Adquiere el ansiado insumo de los sauditas y también de Irán, sin establecer distinciones de ningún tipo.

La presencia de China está centrada en los negocios y su impactante gravitación económica representa un serio desafío para el competidor estadounidense. No hay tropas chinas en los campos de batalla del mundo árabe, pero abundan los convenios comerciales con todos participantes de esos conflictos.

Para contrarrestar esa arrolladora intervención, Estados Unidos presiona a los gobiernos afines para que reduzcan la incidencia comercial e inversora de su gran rival. Explora especialmente caminos para cortar el abastecimiento petrolero de Beijing. Sin el combustible importado de Arabia Saudita, Irán o Irak, el crecimiento de la nueva potencia asiática quedaría estructuralmente bloqueado.

En ese terreno se libra una intensa pulseada entre las empresas chinas -que continúan multiplicando convenios- y los emisarios de Washington, que exigen el cierre de la canilla del crudo hacia el Extremo Oriente.

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Esta política norteamericana también incluye un guiño a los grupos yihadistas que hostilizan a China. Algunas vertientes de esas formaciones ambicionan incorporar varias regiones del territorio asiático, a su imaginario mega-califato regido por la sharia.

Enarbolan el derecho de los uigures a contar con un gobierno religioso. Por eso demandan la autonomía político-administrativa de las regiones habitadas por esas minorías. Las corrientes más extremas aspiran a lograr una independencia semejante a la conseguida por los distintos “stanes”, que emergieron en Asia Central luego de la desintegración de la URSS.

Estados Unidos apuntala esos proyectos con la misma malevolencia que promociona las exigencias de los monjes tibetanos. Para socavar la integridad territorial china, acompaña las distintas campañas que propician la autonomía de la “comunidad musulmana” del Turquestán oriental (Xinjiang).

China ha respondido con mano dura a ese separatismo. Pero también ha optado por ampliar los derechos de las mujeres musulmanas, que en esas regiones cuentan con sus propias mezquitas. Hasta ahora Beijing ha logrado neutralizar la acción yihadista que amparan Washington y Riad.

Biden evalúa muchas opciones de acción en su estratégica confrontación con China. Mantiene la misma prioridad de choque con el gigante asiático que explicitó Trump. Ha incorporado a ese libreto la tradicional demagogia de los Demócratas en torno a los derechos humanos para justificar las intromisiones imperiales. En su obsesión contra el rival oriental, ni siquiera archivó las absurdas campañas de su antecesor para culpabilizar a Beijing por la pandemia (Hardy, 2020).

Claudio Katz (Jacobin)

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