El vodevil que se está escenificando en la política española, con el foco puesto en Murcia y Madrid y con Ciudadanos, el PP y el PSOE como actores principales, parece no tener fin y nadie puede predecir el final.
El espectáculo es vergonzoso, esperpéntico en las formas y gravísimo en el fondo. La puesta en escena de un supuesto giro al centro liberal de Ciudadanos en forma de moción de censura en Murcia ya fue grotesca, pero la bufonada ha quedado en nada después de que tres tránsfugas del partido naranja hayan decidido apuntalar el gobierno y la presidencia del PP en la comunidad murciana.
No se ha quedado atrás en esta lamentable comedia la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que, en medio de declaraciones de ínfima calidad democrática, disuelve la Asamblea madrileña y convoca elecciones, mientras que el PSOE y Más Madrid le presentan sendas mociones de censura. Por si faltaba alguien en el espectáculo, los jueces entran en acción y deberá ser el Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) el que decida si hay elecciones regionales o si, por el contrario, se deben tramitar las mociones contra Ayuso.
No se pueden descartar más giros de guion, pero en el fondo de la cuestión hay una manera de entender la política según la cual toda la acción queda supeditada a la estrategia, a la espera de futuros resultados electorales. Es el reinado del marketing electoral y la entronización de la geometría variable, en el peor de los sentidos. Y es, también, una muestra del menosprecio que tienen los partidos de ámbito estatal respecto de las autonomías, que ven como un tablero de ajedrez en el que mueven las fichas para sus intereses. Se hace difícil predecir los efectos que acabará teniendo el terremoto desatado, pero está claro que los destrozos en el partido de Arrimadas podrían ser definitivas.
Más incierto es el precio que pagará el PP y su líder, Pablo Casado, en función de si hay elecciones en Madrid y, en su defecto, de los resultados que obtenga. Y habrá que ver cómo afectará todo ello las alianzas del PSOE en el Congreso. Muchas incógnitas y la certeza de un espectáculo vergonzoso.
Fuente: El Punt Avui
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