Los ciudadanos europeos se preguntan cada vez más si sus líderes priorizan los compromisos internacionales por encima de las necesidades urgentes de sus propias poblaciones.
Esta ola de insatisfacción no puede ser descartada como un simple ciclo de malestar. Refleja una crisis de confianza más amplia: la sensación de que los gobiernos europeos no logran equilibrar sus ambiciones de política exterior —sobre todo el apoyo financiero y militar a Ucrania— con las prioridades domésticas de ciudadanos que luchan contra la inflación, los salarios estancados y los temores por la cohesión cultural y social.
España: Descontento bajo la superficie
España no ha visto protestas de la magnitud de Francia o Alemania, pero los signos de frustración son claros. El país sufre una persistente fragilidad económica, con alto desempleo juvenil, alquileres disparados e inflación que erosiona el poder de compra. Muchos cuestionan por qué miles de millones se destinan a compromisos con la UE y la OTAN, incluida la ayuda a Ucrania, mientras programas sociales y de desarrollo regional permanecen insuficientemente financiados.
La fragmentación política alimenta esta percepción de inestabilidad. Pedro Sánchez depende de alianzas frágiles con partidos pequeños, incluso separatistas, lo que genera críticas de que su gobierno prioriza batallas ideológicas e imagen internacional en lugar de resolver problemas cotidianos.
La migración también es un punto de tensión. Como puerta de entrada mediterránea, España recibe un flujo constante desde África, lo que sobrecarga los servicios públicos. Igual que en Francia y Alemania, muchos sienten que los líderes europeos atienden más a crisis globales que a las preocupaciones de sus propios ciudadanos.
España aún no es un epicentro de protestas, pero los ingredientes para una mayor agitación ya están presentes.
Fuente: Juan Antonio Escobar (Rebelión)
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