La propaganda para que en breve, creo que es a finales de este mes de julio, vayamos a votar es de una ferocidad tal, que en caso de no hacerlo a uno le hacen sentir como un bastardo hijo de perra sin entrañas. Por supuesto, estoy hablando del bando progre, claro, no vale con votar a cualquiera, hay que hacerlo a eso tan difuso que llaman izquierda.
No tengo del todo claro si dentro de la misma se encuentra el partido todavía llamado socialista y obrero (e incluso español), pero supongo que sí, que dan por hecho que se va a aliar con todo cristo (incluso con la extrema izquierda, sea lo que sea eso) con tal de que no gobierne la derecha (oficial) conjuntamente con la ultraderecha (que todos sabemos, no es nada nuevo, que son cosas muy parecidas en este inefable país). Y algo que ha contribuido a agitar el miedo, ya a lo bestia, ha sido que en las recientes elecciones locales el Partido Popular no ha tenido problema alguno en gobernar con Vox; lo que no me cabe en la cabeza es que alguien tuviera la más mínima duda.
Pues eso, que una vez más el fascismo puede ganar las elecciones y hay que pararlo en las urnas; hasta, no preguntéis por qué y de qué manera, escuché el otro día a Monedero afirmar entusiasmado que en este país de anarquistas la izquierda estaba logrando hacer eso que llaman un «frente amplio». Ojalá, Juan Carlos, ojalá, y me refiero a lo de «país de anarquistas», no a lo segundo.
La estrategia está clara, jugar con el miedo del posible advenimiento de la barbarie fascista para que continué gobernado la coalición de «progreso»; por supuesto, mucho más que convencer al personal de que la vía institucional, es decir, conquistar el poder (o, mejor dicho, seguir en él), sirve para una verdadera transformación social, que a estas alturas ya sabemos que lo de «asaltar los cielos» solo había que tomarlo de manera figurada.
Lo que ocurre, digo yo, es que por un lado lo de la extrema derecha en las instituciones de este país tampoco es nada nuevo en este indescriptible país. El Partido Popular acaparaba ese campo político hasta hace pocos años, por no hablar de otros organismos del Estado, y lo que ocurre sencillamente es que le salió una escisión basada en su esencia reaccionaria más pura, que poco a poco van pareciéndose cada vez más. No, la ultraderecha lleva décadas instalada en este inenarrable Reino de España y me temo que eso no lo va a cambiar ningún resultado electoral.
Lo de que la abstención favorece a la reacción, pues qué queréis que os diga, me agota ya el argumento; aquí que sea el electorado, de uno u otro pelaje, con mayor o menor cerebro, el que se responsabilice de elegir a unos u otros. Y el conjunto de todos los que acuden a las urnas, de apuntalar un sistema que, hace no tantos años, parecía estar en crisis.
Por otro lado, podríamos discutir si el mero hecho de votar, que la verdad tampoco es que tenga tanta importancia (yo mismo una vez, en un día tonto, estuve a punto de hacerlo) es simplemente baladí o, yendo un paso más allá, incluso puede ser contraproducente si lo que se desea es cambiar las cosas de verdad. Habrá quien diga, y no le faltará razón, que la abstención por sí sola, por mucho que fuera una elección masiva del personal no va a erosionar lo más mínimo el sistema en aras de algo mejor.
Alguna cosilla más habrá que hacer para cambiar las cosas, pero eso sí, qué bonito gesto previo a la búsqueda de la autogestión social. En cualquier caso, no voy a defender el no acudir una vez más a las urnas como un arma cargada de futuro, que dijo el poeta, uno tampoco es tan ingenuo. De hecho, pensándolo bien, casi hasta me parece más sincero lo de una campaña basada en el «vótame a mí, que no soy tan hijoputa como el del otro lado», que en convencer al personal que de verdad se va transformar algo sustancial.
Fuente: Juan Cáspar (Acracia)
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